Un artista que te guste especialmente
Le preguntamos a cuatro escritores [Miguel Antonio Chávez, Juan Villoro, Mónica Ríos, Maurice Echeverría] si nos podían recomendar a un artista que les gustara especialmente. A continuación publicamos sus respuestas.
Miguel Antonio Chávez:
Me gusta mucho cierto tipo de ilustraciones y sobre todo, las narrativas que éstas contienen en espacios tan cortos como las tiras cómicas. De niño disfruté mucho las historias de “The far side” de Gary Larson; fue unos de mis primeros referentes del humor absurdo en mi infancia y es posible que me haya marcado de alguna forma en mis primeras historias que creé, antes de los quince años (hasta entonces, yo solo dibujaba cómics y mis amigos creían que me iba a convertir en dibujante, pero la literatura pudo más y finalmente me decanté por ella).
Sin embargo hoy recomendaría el trabajo de Joan Cornellà. Esa estética tan vintage e “infantil” combinada con la crueldad, es llevada muchos pasos más allá de lo que hicieron series animadas como “South Park” o “Happy Tree Friends”, porque no queda en el recurso de la hipérbole del mundo de fantasía sino que nos estrella en la cara la crueldad de lo que vemos afuera, y que gracias a/ o por culpa de la espectacularización de la violencia, hoy nos resulta inocuo. Con estos elementos, Cornellà toma lo mejor de la herencia de Larson y lleva la tira cómica a un nivel de arte pop (o de absurdo pop); sin necesidad de utilizar una sola línea de diálogo. Con una aparente sencillez que abruma, y que incluso resulta sospechosa. Eso lo convierte en alguien muy inteligente y perversamente divertido. Aunque no lo he hecho aún, yo bien podría enmarcar una de sus ilustraciones en mi biblioteca o estudio.
Juan Villoro:
Uno de los sitios más raros de la ciudad de México es un segmento de Polanco que parece extraído del dinámico caos de Seúl. En ese lugar donde sobra dinero y falta urbanismo coexisten el delirio del Museo Soumaya, el centro comercial Carso, un acuario, un conjunto de cines VIP y el Museo Jumex. Para enrarecer aún más la zona, un tren de carga atraviesa el espacio y horrendas esculturas de Salvador Dalí adornan los prados. No es fácil presentar una escultura en medio de esa apología del desorden. Damián Ortega fue el primer artista invitado por el Museo Jumex para hacer una pieza en su explanada. En forma un tanto involuntaria, el resultado renovó ese espacio.
"Cosmogonía doméstica" es un pequeño sistema astronómico que no consta de planetas sino de platos, tazas, mazorcas de maíz, panes: los elementos esenciales para una fonda. Ante la grandilocuencia plutocrática del Museo Soumaya, la obra de Ortega reveló la importancia de los pequeños universos. Ahí todo es a un tiempo cósmico y casero. La idea original del artista era que su constelación girara, pero el mecanismo se atascó. Esto dio a la pieza una congruencia accidental. Nada más doméstico, más "nuestro", que un cosmos averiado. La chafez técnica redundó en favor de un artista que en más de una ocasión se ha servido de los remiendos de la artesanía vernácula. En su doble evocación de lo lejano y lo próximo, la escultura que sólo a veces se movía otorgó vitalidad a un rincón de la ciudad sin otro sentido urbano que la fiebre de construir sin armonía.
Remedios Varo había imaginado un sistema solar semejante. Lo que en ella pertenecía a una dimensión onírica, soñada con elaborado preciosismo, adquirió en la pieza de Ortega la entrañable condición de lo que ya ha sido usado.
Octavio Paz señaló que la cultura mexicana llegó tarde al banquete de la civilización. "Cosmogonía doméstica" rompe con cualquier complejo ante las novedades del espacio exterior. Estamos ante platos donde ya se ha comido y donde el apetito pondrá otros guisos con puntualidad astronímica. Si las cifras del universo suscitan un pavor cósmico, Damián Ortega revela que esa inmensidad no es muy distinta de nuestra casa, donde los mayores misterios se dirimen en una sobremesa.
Mónica Ríos:
Mis recomendaciones están separadas por dos semanas y una distancia, quizás, insalvable.
El 25 de julio de 2014, los sonidos emitidos por multipercusionistas instalados alrededor de la pileta, de instrumentos de viento que cruzaban las barandas en altura, de las cuerdas escondidas bajo las ramas y del coro con los pies dentro de la pileta armonizaban con las ambulancias que cruzaban la ciudad, el murmullo que llegaba desde el otro patio, los chicles en las bocas y las pelotitas de un collar que rodaban por el suelo. Sila: The Breath of the World, de John Luther Adams –hablo de la performance del estreno de esta pieza de música docta en el patio del Lincoln Center en Nueva York– no es solo una composición hecha para el espacio abierto: Sila usa, incorpora, está estructurada por la porosidad del espacio sonoro y el azar. Mientras la oreja del público esté dispuesta a la escucha, los sonidos del ambiente, la respiración de los instrumentistas y su ritmo para interpretar las partituras se vuelve parte integrante de la obra. Durante la performance todo es naturaleza, tal como expresa la palabra inuit que da título a este trabajo. La pieza puede durar, dependiendo de la respiración de los intérpretes, menos de una hora o una hora y media; puede oírse distinto, dependiendo de tu ubicación en el patio; podrías incluso moverte entre las aguas y los fuegos que acompañaron la performance para ensayar distintas escuchas. Es una pieza que muta, no en la interpretación individual, sino en la colaboración entre las partituras, los intérpretes, la audiencia, el espacio y el sonido ambiente. De manera tan limpia, armónica y pura que podrías, como hice yo, sentarte en el suelo sin tocar un ápice de suciedad. Mi primera recomendación es, entonces, de una performance irreproducible.
Dos semanas después de eso, estoy en Santiago de Chile, en el frío de Museo de Arte Contemporáneo de Quinta Normal, para ver la obra de Joaquín Cociña y Cristóbal León El castillo de la pureza. Esta quinta parte de un ciclo de instalaciones que tiene por objeto hacer un largometraje en stop motion sobre una colonia nazi instalada en el sur de Chile que se titulará La casa lobo. Mi segunda recomendación es, entonces, un trabajo que todavía no existe. Lo que pude ver es parte de un proceso en el que la suciedad conformaba un espacio creativo desarrollado conscientemente por los artistas como distancia irónica con su objeto, la higiene racial. Como su cortometraje titulado Lucía, El castillo de la pureza es sobre cómo el imaginario infantil produce narraciones imposibles para codificar una realidad sórdida. La coincidencia entre lo horroroso y la seducción, basado en el proceso de metamorfosis de su técnica, se convierte en uno de los pilares estéticos de La casa lobo –por lo menos de las escenas que ya se exhiben en las paredes del museo y del proceso de filmación que sucede en casas de madera hechas con material que sobró de otros montajes y otras obras del museo.
De los dos trabajos recomendados, queda escuchar sus versiones grabadas tal vez en 2015. Puede que la distancia que existe entre estas performances y sus registros también sea, como los entornos culturales que las separan, insalvable.
Maurice Echeverría:
Para comprender a la artista de performance Regina Galindo hay que comprender a aquellos y aquellas a quienes ella admira. Se nota que ha asumido muy bien sus influencias, y que sus influencias revelan perfectamente su particular personalidad y su visión artística. Estamos hablando de una Gina Pane, de un Chris Burden, una Marina Abramovic, de una Mona Hatoum, de una Ana Mendieta, entre otros. En todos ellos se da esa soteriología del arte que rechaza los estatutos meramente descriptivos para trasladarse al reinado de la vivencia cruda, y en donde la vulnerabilidad se vuelve un odre tangible.
El artista trabaja con sus debilidades, dice Regina. A menudo absorbiendo para sí el rechazo y el ridículo (la solemnidad trae siempre su caricatura).
Pero Regina asume su condición tan frágil con estoicismo, sin recurrir a las seguridades del espíritu y lo trascendente, sin el lujo de un ello radical, en la mera relación de angustia que el sujeto forma con su entorno, ajeno a toda clase de respuestas confortadoras.
Lo curioso es cómo de tantísima vulnerabilidad nace una profunda fortaleza. Regina amasa dosis increíbles de libertad interior. En un país en donde las mujeres son vistas como piñatas a desmembrar, Regina Galindo surge con una fuerza hermosa y su personalidad adquiere tonalidades ejemplares. Para hacer lo que ella hace, para elevar ese grado de presencia, se necesita de un considerable grado de enfoque, y una neutralidad casi científica: en el arte corpóreo de Regina Galindo, la resistencia, la ecuanimidad y el coraje se vuelven herramientas formales de su obra.
Entradas anteriores:
Un poeta que te guste especialmente... [Alan Mills, Jerónimo Pimentel, Laura Wittner, Ana Merino, Leonardo Sanhueza, Luis Felipe Fabre]
Un cuentista que te guste especialmente... [Antonio Ortuño, Ana María Shua, Guillermo Barquero, Sergi Pàmies, Andrea Jeftanovic, Slavko Zupcic]
De no ser escritor/a... [Liliana Blum, Giovanna Rivero, Enrique Vila-Matas, Héctor Abad Faciolince, Jacinta Escudos, Francisco Díaz Klaassen]
Una cerveza con un personaje [Ricardo Sumalavia, Enza García, Marta Sanz, Sergio Chejfec, Mercedes Estramil, Luis López-Aliaga]
Miguel Antonio Chávez:
Me gusta mucho cierto tipo de ilustraciones y sobre todo, las narrativas que éstas contienen en espacios tan cortos como las tiras cómicas. De niño disfruté mucho las historias de “The far side” de Gary Larson; fue unos de mis primeros referentes del humor absurdo en mi infancia y es posible que me haya marcado de alguna forma en mis primeras historias que creé, antes de los quince años (hasta entonces, yo solo dibujaba cómics y mis amigos creían que me iba a convertir en dibujante, pero la literatura pudo más y finalmente me decanté por ella).
Sin embargo hoy recomendaría el trabajo de Joan Cornellà. Esa estética tan vintage e “infantil” combinada con la crueldad, es llevada muchos pasos más allá de lo que hicieron series animadas como “South Park” o “Happy Tree Friends”, porque no queda en el recurso de la hipérbole del mundo de fantasía sino que nos estrella en la cara la crueldad de lo que vemos afuera, y que gracias a/ o por culpa de la espectacularización de la violencia, hoy nos resulta inocuo. Con estos elementos, Cornellà toma lo mejor de la herencia de Larson y lleva la tira cómica a un nivel de arte pop (o de absurdo pop); sin necesidad de utilizar una sola línea de diálogo. Con una aparente sencillez que abruma, y que incluso resulta sospechosa. Eso lo convierte en alguien muy inteligente y perversamente divertido. Aunque no lo he hecho aún, yo bien podría enmarcar una de sus ilustraciones en mi biblioteca o estudio.
Imagen: Joan Cornellà
Juan Villoro:
Uno de los sitios más raros de la ciudad de México es un segmento de Polanco que parece extraído del dinámico caos de Seúl. En ese lugar donde sobra dinero y falta urbanismo coexisten el delirio del Museo Soumaya, el centro comercial Carso, un acuario, un conjunto de cines VIP y el Museo Jumex. Para enrarecer aún más la zona, un tren de carga atraviesa el espacio y horrendas esculturas de Salvador Dalí adornan los prados. No es fácil presentar una escultura en medio de esa apología del desorden. Damián Ortega fue el primer artista invitado por el Museo Jumex para hacer una pieza en su explanada. En forma un tanto involuntaria, el resultado renovó ese espacio.
"Cosmogonía doméstica" es un pequeño sistema astronómico que no consta de planetas sino de platos, tazas, mazorcas de maíz, panes: los elementos esenciales para una fonda. Ante la grandilocuencia plutocrática del Museo Soumaya, la obra de Ortega reveló la importancia de los pequeños universos. Ahí todo es a un tiempo cósmico y casero. La idea original del artista era que su constelación girara, pero el mecanismo se atascó. Esto dio a la pieza una congruencia accidental. Nada más doméstico, más "nuestro", que un cosmos averiado. La chafez técnica redundó en favor de un artista que en más de una ocasión se ha servido de los remiendos de la artesanía vernácula. En su doble evocación de lo lejano y lo próximo, la escultura que sólo a veces se movía otorgó vitalidad a un rincón de la ciudad sin otro sentido urbano que la fiebre de construir sin armonía.
Remedios Varo había imaginado un sistema solar semejante. Lo que en ella pertenecía a una dimensión onírica, soñada con elaborado preciosismo, adquirió en la pieza de Ortega la entrañable condición de lo que ya ha sido usado.
Octavio Paz señaló que la cultura mexicana llegó tarde al banquete de la civilización. "Cosmogonía doméstica" rompe con cualquier complejo ante las novedades del espacio exterior. Estamos ante platos donde ya se ha comido y donde el apetito pondrá otros guisos con puntualidad astronímica. Si las cifras del universo suscitan un pavor cósmico, Damián Ortega revela que esa inmensidad no es muy distinta de nuestra casa, donde los mayores misterios se dirimen en una sobremesa.
Foto: Alfredo Mendoza
Mónica Ríos:
Mis recomendaciones están separadas por dos semanas y una distancia, quizás, insalvable.
El 25 de julio de 2014, los sonidos emitidos por multipercusionistas instalados alrededor de la pileta, de instrumentos de viento que cruzaban las barandas en altura, de las cuerdas escondidas bajo las ramas y del coro con los pies dentro de la pileta armonizaban con las ambulancias que cruzaban la ciudad, el murmullo que llegaba desde el otro patio, los chicles en las bocas y las pelotitas de un collar que rodaban por el suelo. Sila: The Breath of the World, de John Luther Adams –hablo de la performance del estreno de esta pieza de música docta en el patio del Lincoln Center en Nueva York– no es solo una composición hecha para el espacio abierto: Sila usa, incorpora, está estructurada por la porosidad del espacio sonoro y el azar. Mientras la oreja del público esté dispuesta a la escucha, los sonidos del ambiente, la respiración de los instrumentistas y su ritmo para interpretar las partituras se vuelve parte integrante de la obra. Durante la performance todo es naturaleza, tal como expresa la palabra inuit que da título a este trabajo. La pieza puede durar, dependiendo de la respiración de los intérpretes, menos de una hora o una hora y media; puede oírse distinto, dependiendo de tu ubicación en el patio; podrías incluso moverte entre las aguas y los fuegos que acompañaron la performance para ensayar distintas escuchas. Es una pieza que muta, no en la interpretación individual, sino en la colaboración entre las partituras, los intérpretes, la audiencia, el espacio y el sonido ambiente. De manera tan limpia, armónica y pura que podrías, como hice yo, sentarte en el suelo sin tocar un ápice de suciedad. Mi primera recomendación es, entonces, de una performance irreproducible.
Dos semanas después de eso, estoy en Santiago de Chile, en el frío de Museo de Arte Contemporáneo de Quinta Normal, para ver la obra de Joaquín Cociña y Cristóbal León El castillo de la pureza. Esta quinta parte de un ciclo de instalaciones que tiene por objeto hacer un largometraje en stop motion sobre una colonia nazi instalada en el sur de Chile que se titulará La casa lobo. Mi segunda recomendación es, entonces, un trabajo que todavía no existe. Lo que pude ver es parte de un proceso en el que la suciedad conformaba un espacio creativo desarrollado conscientemente por los artistas como distancia irónica con su objeto, la higiene racial. Como su cortometraje titulado Lucía, El castillo de la pureza es sobre cómo el imaginario infantil produce narraciones imposibles para codificar una realidad sórdida. La coincidencia entre lo horroroso y la seducción, basado en el proceso de metamorfosis de su técnica, se convierte en uno de los pilares estéticos de La casa lobo –por lo menos de las escenas que ya se exhiben en las paredes del museo y del proceso de filmación que sucede en casas de madera hechas con material que sobró de otros montajes y otras obras del museo.
De los dos trabajos recomendados, queda escuchar sus versiones grabadas tal vez en 2015. Puede que la distancia que existe entre estas performances y sus registros también sea, como los entornos culturales que las separan, insalvable.
Foto: Museo de Arte Contemporáneo (Facultad de Artes Universidad de Chile)
Maurice Echeverría:
Para comprender a la artista de performance Regina Galindo hay que comprender a aquellos y aquellas a quienes ella admira. Se nota que ha asumido muy bien sus influencias, y que sus influencias revelan perfectamente su particular personalidad y su visión artística. Estamos hablando de una Gina Pane, de un Chris Burden, una Marina Abramovic, de una Mona Hatoum, de una Ana Mendieta, entre otros. En todos ellos se da esa soteriología del arte que rechaza los estatutos meramente descriptivos para trasladarse al reinado de la vivencia cruda, y en donde la vulnerabilidad se vuelve un odre tangible.
El artista trabaja con sus debilidades, dice Regina. A menudo absorbiendo para sí el rechazo y el ridículo (la solemnidad trae siempre su caricatura).
Pero Regina asume su condición tan frágil con estoicismo, sin recurrir a las seguridades del espíritu y lo trascendente, sin el lujo de un ello radical, en la mera relación de angustia que el sujeto forma con su entorno, ajeno a toda clase de respuestas confortadoras.
Lo curioso es cómo de tantísima vulnerabilidad nace una profunda fortaleza. Regina amasa dosis increíbles de libertad interior. En un país en donde las mujeres son vistas como piñatas a desmembrar, Regina Galindo surge con una fuerza hermosa y su personalidad adquiere tonalidades ejemplares. Para hacer lo que ella hace, para elevar ese grado de presencia, se necesita de un considerable grado de enfoque, y una neutralidad casi científica: en el arte corpóreo de Regina Galindo, la resistencia, la ecuanimidad y el coraje se vuelven herramientas formales de su obra.
Foto: Bertrand Huet
Entradas anteriores:
Un poeta que te guste especialmente... [Alan Mills, Jerónimo Pimentel, Laura Wittner, Ana Merino, Leonardo Sanhueza, Luis Felipe Fabre]
Un cuentista que te guste especialmente... [Antonio Ortuño, Ana María Shua, Guillermo Barquero, Sergi Pàmies, Andrea Jeftanovic, Slavko Zupcic]
De no ser escritor/a... [Liliana Blum, Giovanna Rivero, Enrique Vila-Matas, Héctor Abad Faciolince, Jacinta Escudos, Francisco Díaz Klaassen]
Una cerveza con un personaje [Ricardo Sumalavia, Enza García, Marta Sanz, Sergio Chejfec, Mercedes Estramil, Luis López-Aliaga]