Una cerveza con un personaje
Le preguntamos a seis escritores con qué personajes les gustaría tomarse unas cervezas. A continuación publicamos sus respuestas.
Ricardo Sumalavia:
Me gustaría beber unas cervezas con Juntacadáveres, y poder tener la confianza de llamarlo Junta, o simplemente Larsen. Sé que no sería necesariamente una charla divertida; habría mucho de desgano, de bocanadas de humo formando el cielo gris de la conversación. A lo mejor ni nos decimos nada y sólo bebemos. Y si se da el caso, hablaríamos de putas. Le contaría que el sueño de mi padre siempre fue regentar un prostíbulo, pero que nunca se atrevió. O que un amigo sí se atrevió pero fue un fracaso estrepitoso y que por eso ahora él es pastor de una iglesia metodista en Estados Unidos. Seguramente yo hablaría más de la cuenta y Larsen pensaría que soy un idiota, que qué hace él con un escritor como yo en un bar de mala muerte. Pero luego volvería el silencio, que suele hermanar brevemente, lo que dura en desvanecerse la espuma de la cerveza.
Enza García:
Me gustaría tomarme esas cervezas con Sergei Paradjanov. Hay algo terrorífico en la belleza de sus películas que me hace presentir que Dios hablaba en su boca: un Dios indiferente e inhumano. Admirar la obra de alguien también significa que uno incurre en la ingenuidad de creer que se teje entre ambos una filiación secreta, una forma de amor atemporal y romántica. Supongo que me gustaría ese momento para que me dejara tomar su mano mientras a mí no se me ocurre qué decir y a él le da por hablar de sus ancestros. Algo me dice que aun ahí es posible el amor, como espero sea posible que Turquía se disculpe y libere a la montaña presa.
Marta Sanz:
Me tomaría unos tragos con muchos personajes de ficción. Por ejemplo, con Dinah Brand, la fatal de los ojos azules y los carrerones en las medias que aparece en Cosecha roja, me tomaría un gin tonic: ella me contaría los secretos de Personville y yo procuraría prevenirla de lo que se le avecina. Con Severine, la de La bestia humana, me comería unos bollos y unos huevos fritos: hablaríamos con la boca llena; con Ralph, el primo de Elizabeth Archer en Retrato de una dama, me tomaría un té y le interrogaría para que me explicase el significado de la palabra generosidad y el placer que se experimenta viendo a los otros equivocarse o acertar. Con Alicia la de Carroll me deslizaría por el agujero del árbol y me comería una de las galletitas que a ella casi le permiten entrar por el ojo de una cerradura. Por último, me tomaría un vino blanco con Zeno, el de la conciencia: con su desenfadado pesimismo o su optimismo fatalista, con sus hipocondrías y sus compulsiones. Por supuesto, nos fumaríamos juntos unos cuantos pitillos culpables. Pocos narradores me he divertido tanto como Zeno. Aunque al final, la sonrisa se me quedara helada en las comisuras.
Sergio Chejfec:
Me gustaría invitar a Claude Simon (me refiero al personaje) con unas cervezas amargas y altamente graduadas, a condición de que traiga, para también compartir, el gran trozo de salmón que le regalaron los rusos en el aeropuerto.
Mercedes Estramil:
Pongamos que las cervezas bien heladas dan para invitar a más de uno. Me las tomaría con el Capitán Ahab pero antes de que perdiera la pierna y persiguiera inútilmente a Moby Dick, y trataría de averiguar -seguramente en vano- qué cosa perseguía ya entonces. Me las tomaría con Holden Caulfield, en invierno y frente al lago, sin preguntarle nada y sin molestarlo, sólo para compartir con él la tristeza por la ausencia de los patos. Y sobre todo con Emma Bovary, por el simple placer de conocerla y ver de qué color tiene los ojos.
Luis López-Aliaga:
Probablemente sería a la rápida. Él mirando hacia un lado y otro, inquieto, alguien lo puede estar siguiendo. Vic Mackey no creería que mi única intención es conocerlo, tomarme una cerveza fría con él y hablar de la brigada policial que lidera en The Shield. Me diría que no tiene tiempo, que debe ir a agarrar de las bolas a un puto pedófilo que no quiere confesar. Eléctrico, Vic le daría uno y varios sorbos cortos a la cerveza, y si ando de suerte, si descubre que tenemos un lejano parecido y le despierto confianza, quizás me contaría detalles de sus casos, esas historias que siempre tienen la ambigüedad moral de todo buen cuento. Porque no es casual que el departamento de policía donde Vic trabaja haya sido levantado donde antes había un iglesia. Vic Mackey lo sabe, el mundo no está compuesto de buenos y malos. El mundo está lleno de gente que sólo intenta sobrevivir.
Entradas anteriores:
De no ser escritor/a... [Liliana Blum, Giovanna Rivero, Enrique Vila-Matas, Héctor Abad Faciolince, Jacinta Escudos, Francisco Díaz Klaassen]
Ricardo Sumalavia:
Me gustaría beber unas cervezas con Juntacadáveres, y poder tener la confianza de llamarlo Junta, o simplemente Larsen. Sé que no sería necesariamente una charla divertida; habría mucho de desgano, de bocanadas de humo formando el cielo gris de la conversación. A lo mejor ni nos decimos nada y sólo bebemos. Y si se da el caso, hablaríamos de putas. Le contaría que el sueño de mi padre siempre fue regentar un prostíbulo, pero que nunca se atrevió. O que un amigo sí se atrevió pero fue un fracaso estrepitoso y que por eso ahora él es pastor de una iglesia metodista en Estados Unidos. Seguramente yo hablaría más de la cuenta y Larsen pensaría que soy un idiota, que qué hace él con un escritor como yo en un bar de mala muerte. Pero luego volvería el silencio, que suele hermanar brevemente, lo que dura en desvanecerse la espuma de la cerveza.
Enza García:
Me gustaría tomarme esas cervezas con Sergei Paradjanov. Hay algo terrorífico en la belleza de sus películas que me hace presentir que Dios hablaba en su boca: un Dios indiferente e inhumano. Admirar la obra de alguien también significa que uno incurre en la ingenuidad de creer que se teje entre ambos una filiación secreta, una forma de amor atemporal y romántica. Supongo que me gustaría ese momento para que me dejara tomar su mano mientras a mí no se me ocurre qué decir y a él le da por hablar de sus ancestros. Algo me dice que aun ahí es posible el amor, como espero sea posible que Turquía se disculpe y libere a la montaña presa.
Marta Sanz:
Me tomaría unos tragos con muchos personajes de ficción. Por ejemplo, con Dinah Brand, la fatal de los ojos azules y los carrerones en las medias que aparece en Cosecha roja, me tomaría un gin tonic: ella me contaría los secretos de Personville y yo procuraría prevenirla de lo que se le avecina. Con Severine, la de La bestia humana, me comería unos bollos y unos huevos fritos: hablaríamos con la boca llena; con Ralph, el primo de Elizabeth Archer en Retrato de una dama, me tomaría un té y le interrogaría para que me explicase el significado de la palabra generosidad y el placer que se experimenta viendo a los otros equivocarse o acertar. Con Alicia la de Carroll me deslizaría por el agujero del árbol y me comería una de las galletitas que a ella casi le permiten entrar por el ojo de una cerradura. Por último, me tomaría un vino blanco con Zeno, el de la conciencia: con su desenfadado pesimismo o su optimismo fatalista, con sus hipocondrías y sus compulsiones. Por supuesto, nos fumaríamos juntos unos cuantos pitillos culpables. Pocos narradores me he divertido tanto como Zeno. Aunque al final, la sonrisa se me quedara helada en las comisuras.
Sergio Chejfec:
Me gustaría invitar a Claude Simon (me refiero al personaje) con unas cervezas amargas y altamente graduadas, a condición de que traiga, para también compartir, el gran trozo de salmón que le regalaron los rusos en el aeropuerto.
Mercedes Estramil:
Pongamos que las cervezas bien heladas dan para invitar a más de uno. Me las tomaría con el Capitán Ahab pero antes de que perdiera la pierna y persiguiera inútilmente a Moby Dick, y trataría de averiguar -seguramente en vano- qué cosa perseguía ya entonces. Me las tomaría con Holden Caulfield, en invierno y frente al lago, sin preguntarle nada y sin molestarlo, sólo para compartir con él la tristeza por la ausencia de los patos. Y sobre todo con Emma Bovary, por el simple placer de conocerla y ver de qué color tiene los ojos.
Luis López-Aliaga:
Probablemente sería a la rápida. Él mirando hacia un lado y otro, inquieto, alguien lo puede estar siguiendo. Vic Mackey no creería que mi única intención es conocerlo, tomarme una cerveza fría con él y hablar de la brigada policial que lidera en The Shield. Me diría que no tiene tiempo, que debe ir a agarrar de las bolas a un puto pedófilo que no quiere confesar. Eléctrico, Vic le daría uno y varios sorbos cortos a la cerveza, y si ando de suerte, si descubre que tenemos un lejano parecido y le despierto confianza, quizás me contaría detalles de sus casos, esas historias que siempre tienen la ambigüedad moral de todo buen cuento. Porque no es casual que el departamento de policía donde Vic trabaja haya sido levantado donde antes había un iglesia. Vic Mackey lo sabe, el mundo no está compuesto de buenos y malos. El mundo está lleno de gente que sólo intenta sobrevivir.
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De no ser escritor/a... [Liliana Blum, Giovanna Rivero, Enrique Vila-Matas, Héctor Abad Faciolince, Jacinta Escudos, Francisco Díaz Klaassen]