Un poeta que te guste especialmente
Le preguntamos a seis poetas si nos podían recomendar a un poeta que les gustara especialmente. A continuación publicamos sus respuestas.
Alan Mills:
Recomiendo a Marosa di Giorgio por su escritura libertina, libérrima, salvaje, tiernamente explayada como la parte olvidada de un sueño, o como un territorio insólito en donde van germinando los deseos más ocultos. Al leerla uno sospecha que la poesía es un encuentro entre la ficción y la magia. Leyéndola uno se siente como quien va corriendo al interior de una pintura: es una fuga pero al mismo tiempo es un viaje hacia una verdad primitiva que se nos escapaba. Marosa di Giorgio es experimental porque se reconoce como el bicho de su propio laboratorio, en sus versos la vemos diseccionada y viva, palpitante de un humor retorcido, de una pasión extrema, de una fría inteligencia. Su poesía tiene fuego, tiene belleza y fealdad, tiene diablo.
Jerómino Pimentel:
Yo recomendaría a cualquier lector que olvide todo lo que sabe o cree saber de Vallejo y su obra, con especial atención a los poemas antológicos, las tristezas prestadas y esas caricaturas con las que solemos enfrentar los nombres que, por grandes, se vuelven inasibles. Así no sigan el consejo, debo advertir que las defensas no servirán de nada. Vallejo tiene la insólita capacidad de desarmarte y nutrirte a la vez, como si lo segundo fuera consecuencia de lo primero. A partir de ese momento, todo será distinto: las palabras tendrán otro color, los colores otros tonos, los afectos otros nombres y tu mundo se transformará así como madura la fruta buena: de la tierra al cielo, del verde al dulce, de la semilla a la semilla. Por un momento podrá parecer que nada ocurrido, pero un temblor interno, digamos, silábico, delatará el efecto letal. Vallejo no se lee, Vallejo ocurre.
Laura Wittner:
La disyuntiva técnica/emoción o culto/popular nunca me pareció. ¿De qué modo una cosa elimina la otra? Por prejuicio, por comodidad. Seamos francos: se puede aprender a medir, aceptar que la poesía es música en su base, que un poema que funciona es un aparatito con motor y estructura. Y no por eso impedir que en ese aparatito entre la vida con sus emociones y sus percepciones y se deje transformar en literatura.
Bueno: la que entiende todo esto es la poeta uruguaya Circe Maia. Que atrapa en pocas líneas las sensaciones más sutiles del mundo: las que sentimos todos por la calle, o junto a la ventana, o haciendo el desayuno.
Y las dice perfecto; queremos que nos las diga todas.
Ana Merino:
Estoy llena de pulgas, sí, en mi corazón habitan las pulgas de John Donne. Salieron de su escondite de versos y se filtraron por los pliegues de mis párpados. Pulgas que se hicieron gotas de agua y sobreviven al amor y su aliento de compás sonámbulo.
Estoy llena de sueños, de fantasmas que habitan en el miedo y me descubren convertidos en otra persona. Me he transformado en esclavitud existencial y no me pesa estar sola, porque vivir es saber como encontrarse.
Leonardo Sanhueza:
Nunca me canso de recomendar la lectura de Pablo de Rokha. Como Salinger o como Vonnegut, el inmenso huaso de Licantén tiene repertorio para legos, iniciados y fanáticos, pero su libro perpetuo y magistral, el que yo más quiero, es Escritura de Raimundo Contreras (1929), al punto de que no respeto como serio a ningún lector de poesía que no lo haya leído. Es un largo poema en prosa que renueva la forma de la cosmogonía, haciendo de la vida rural, agrícola, una epopeya sexual de la chilenidad en que hasta las lechugas se humedecen de pudor. Una pornografía muy previa a Tinto Brass, una sensualidad inmortal que conecta con salvaje ternura las uvas y los duraznos y las hortalizas y el sudor humano en un solo deseo: el de permanecer más allá de la muerte, quizás, parapetados en la ilusión de que el amor y la tragedia se funden en la figura rokhiana del “descubrimiento de la alegría”.
Luis Felipe Fabre:
Será porque estoy harto de los poetas. Será porque los libros de poesía me parecen un círculo -más ocioso que vicioso- del que hay que tratar de escapar. Será porque la poesía me parece insostenible, imposible, insoportable, y sin embargo no puedo prescindir de ella, que suelo sentirme fascinado por aquellos textos que abordan la poesía desde otros géneros literarios, que la utilizan, que la atraviesan y la llevan a otra parte: fuera, lejos del poema. Tal es el caso de The Invention of Love (existe una hermosa traducción publicada por Adriana Hidalgo) de Tom Stoppard: un texto dramático que con el pretexto de la vida y obra de A. E. Housman revisita la cultura clásica y la poesía de Catulo, Horacio, Propercio, los trovadores provenzales, y que cuenta con la actuación especial de Oscar Wilde que aparece casi haciendo un cameo. La reflexión sobre la relación entre poesía y verdad, entre poesía y vida, entre poesía e inutilidad, los problemas de traducción y las minucias filológicas, son abordados brillantemente en este texto que, más que un texto, supone, en realidad, la invención de un contexto donde la poesía, otra vez, puede ser posible.
Entradas anteriores:
Un cuentista que te guste especialmente... [Antonio Ortuño, Ana María Shua, Guillermo Barquero, Sergi Pàmies, Andrea Jeftanovic, Slavko Zupcic]
De no ser escritor/a... [Liliana Blum, Giovanna Rivero, Enrique Vila-Matas, Héctor Abad Faciolince, Jacinta Escudos, Francisco Díaz Klaassen]
Una cerveza con un personaje [Ricardo Sumalavia, Enza García, Marta Sanz, Sergio Chejfec, Mercedes Estramil, Luis López-Aliaga]
Alan Mills:
Recomiendo a Marosa di Giorgio por su escritura libertina, libérrima, salvaje, tiernamente explayada como la parte olvidada de un sueño, o como un territorio insólito en donde van germinando los deseos más ocultos. Al leerla uno sospecha que la poesía es un encuentro entre la ficción y la magia. Leyéndola uno se siente como quien va corriendo al interior de una pintura: es una fuga pero al mismo tiempo es un viaje hacia una verdad primitiva que se nos escapaba. Marosa di Giorgio es experimental porque se reconoce como el bicho de su propio laboratorio, en sus versos la vemos diseccionada y viva, palpitante de un humor retorcido, de una pasión extrema, de una fría inteligencia. Su poesía tiene fuego, tiene belleza y fealdad, tiene diablo.
Jerómino Pimentel:
Yo recomendaría a cualquier lector que olvide todo lo que sabe o cree saber de Vallejo y su obra, con especial atención a los poemas antológicos, las tristezas prestadas y esas caricaturas con las que solemos enfrentar los nombres que, por grandes, se vuelven inasibles. Así no sigan el consejo, debo advertir que las defensas no servirán de nada. Vallejo tiene la insólita capacidad de desarmarte y nutrirte a la vez, como si lo segundo fuera consecuencia de lo primero. A partir de ese momento, todo será distinto: las palabras tendrán otro color, los colores otros tonos, los afectos otros nombres y tu mundo se transformará así como madura la fruta buena: de la tierra al cielo, del verde al dulce, de la semilla a la semilla. Por un momento podrá parecer que nada ocurrido, pero un temblor interno, digamos, silábico, delatará el efecto letal. Vallejo no se lee, Vallejo ocurre.
Laura Wittner:
La disyuntiva técnica/emoción o culto/popular nunca me pareció. ¿De qué modo una cosa elimina la otra? Por prejuicio, por comodidad. Seamos francos: se puede aprender a medir, aceptar que la poesía es música en su base, que un poema que funciona es un aparatito con motor y estructura. Y no por eso impedir que en ese aparatito entre la vida con sus emociones y sus percepciones y se deje transformar en literatura.
Bueno: la que entiende todo esto es la poeta uruguaya Circe Maia. Que atrapa en pocas líneas las sensaciones más sutiles del mundo: las que sentimos todos por la calle, o junto a la ventana, o haciendo el desayuno.
Y las dice perfecto; queremos que nos las diga todas.
Ana Merino:
Estoy llena de pulgas, sí, en mi corazón habitan las pulgas de John Donne. Salieron de su escondite de versos y se filtraron por los pliegues de mis párpados. Pulgas que se hicieron gotas de agua y sobreviven al amor y su aliento de compás sonámbulo.
Estoy llena de sueños, de fantasmas que habitan en el miedo y me descubren convertidos en otra persona. Me he transformado en esclavitud existencial y no me pesa estar sola, porque vivir es saber como encontrarse.
Leonardo Sanhueza:
Nunca me canso de recomendar la lectura de Pablo de Rokha. Como Salinger o como Vonnegut, el inmenso huaso de Licantén tiene repertorio para legos, iniciados y fanáticos, pero su libro perpetuo y magistral, el que yo más quiero, es Escritura de Raimundo Contreras (1929), al punto de que no respeto como serio a ningún lector de poesía que no lo haya leído. Es un largo poema en prosa que renueva la forma de la cosmogonía, haciendo de la vida rural, agrícola, una epopeya sexual de la chilenidad en que hasta las lechugas se humedecen de pudor. Una pornografía muy previa a Tinto Brass, una sensualidad inmortal que conecta con salvaje ternura las uvas y los duraznos y las hortalizas y el sudor humano en un solo deseo: el de permanecer más allá de la muerte, quizás, parapetados en la ilusión de que el amor y la tragedia se funden en la figura rokhiana del “descubrimiento de la alegría”.
Luis Felipe Fabre:
Será porque estoy harto de los poetas. Será porque los libros de poesía me parecen un círculo -más ocioso que vicioso- del que hay que tratar de escapar. Será porque la poesía me parece insostenible, imposible, insoportable, y sin embargo no puedo prescindir de ella, que suelo sentirme fascinado por aquellos textos que abordan la poesía desde otros géneros literarios, que la utilizan, que la atraviesan y la llevan a otra parte: fuera, lejos del poema. Tal es el caso de The Invention of Love (existe una hermosa traducción publicada por Adriana Hidalgo) de Tom Stoppard: un texto dramático que con el pretexto de la vida y obra de A. E. Housman revisita la cultura clásica y la poesía de Catulo, Horacio, Propercio, los trovadores provenzales, y que cuenta con la actuación especial de Oscar Wilde que aparece casi haciendo un cameo. La reflexión sobre la relación entre poesía y verdad, entre poesía y vida, entre poesía e inutilidad, los problemas de traducción y las minucias filológicas, son abordados brillantemente en este texto que, más que un texto, supone, en realidad, la invención de un contexto donde la poesía, otra vez, puede ser posible.
Entradas anteriores:
Un cuentista que te guste especialmente... [Antonio Ortuño, Ana María Shua, Guillermo Barquero, Sergi Pàmies, Andrea Jeftanovic, Slavko Zupcic]
De no ser escritor/a... [Liliana Blum, Giovanna Rivero, Enrique Vila-Matas, Héctor Abad Faciolince, Jacinta Escudos, Francisco Díaz Klaassen]
Una cerveza con un personaje [Ricardo Sumalavia, Enza García, Marta Sanz, Sergio Chejfec, Mercedes Estramil, Luis López-Aliaga]