Un cuentista que te guste especialmente
Le preguntamos a seis cuentistas si nos podían recomendar a un/a cuentista que les gustara especialmente. A continuación publicamos sus respuestas.






Antonio Ortuño:
Le recomiendo a todo mundo que lea los cuentos de Rubem Fonseca. Incluso lo hago con aquellas personas que tratan de dormir a mi lado en un avión: las despierto, les planto un libro en la cara y las incordio para que lo lean. Y lo repito mientras la tripulación se encarga de arrastrarme a un rincón y sedarme.
Fonseca es un autor ágil, crudo, que lo mismo bucea en las ciudades perdidas y las villas miseria que en los palacetes de la alta burguesía. Como los de casi nadie, sus cuentos me han inquietado, entusiasmado, asqueado, emocionado. "El cobrador" y "Feliz año nuevo" pudieron haber sido escritos anoche. Son América Latina pura, sin el endulzante de cronopios ni cosa similar.


Ana María Shua:
Muchos autores y críticos sostienen que el género cuento no permite grandes innovaciones. El cuentista israelí Etgar Keret ha salido a desmentirlos. Como lo hizo en su momento Kafka, sin alardes experimentales, Keret da vuelta el cuento como un guante y nos presenta un universo diferente, perturbador, angustioso, que es también el mundo cotidiano. Sus personajes, tan complejos y contradictorios como cualquier ser humano, se enfrentan a las más inesperadas grietas en la realidad.


Guillermo Barquero:
Todos leemos, en esencia, lo que nos da la gana. Nadie puede trasladar su lista de autores de culto al imaginario nuestro. Sin embargo, hay escritores que todos deberíamos leer, porque con sus obras habitamos una parcela nueva, ya sea de desesperanza, de lasitud, de grandeza o de espanto. Julio Ramón Ribeyro nos regala de esto y más en sus cuentos: seres tocados por la pequeña desgracia cotidiana; oficinistas mediocres y enamorados; pobres diablos que pueblan nuestras tristes ciudades; fumadores encerrados en su vicio y en sus cavilaciones… Me equivoqué al inicio: todos tenemos que leer los maravillosos cuentos de Ribeyro, a todos nos debería dar la gana meternos en ese universo cruel, mínimo y lleno de una cosa rara llamada esperanza.


Sergi Pàmies:
Me gustan los cuentos de Fabio Morábito, especialmente los del libro La lenta furia. Cuando lo leí, tomé las siguientes notas, que quizá describan las impresiones del momento: "Un disco del cual te gustan todas las canciones. Un restaurante del cual te gustan todos los platos. Un libro de cuentos del cual te gustan todos los cuentos".


Andrea Jeftanovic:
Me encanta Herta Müller, desde hace mucho antes que ganara el Premio Nobel, en especial me gustan los relatos reunidos en la colección En tierras bajas; de ese conjunto destaco el relato “Peras Podridas” que trata de dos primas que acompañan a sus respectivos padre y madre, entre ellos cuñados, a una granja familiar a recoger frutos pero en ese lugar ocurre algo extraño, una traición familiar que nunca se dice pero se evoca a partir del aroma de las peras podridas; mezcla de dulce, putrefacción, rotunda madurez. Es sutil y fuerte que estas niñas para no hablar de esta transgresión secreta manejen una imagen olfativa que se reitera una y otra vez. Esto me recuerda que otros de mis "cuentistas" favoritos es Sigmund Freud en sus Relatos clínicos. Si bien Freud no aspira a la ficción, y se supone que escribe los casos clínicos de sus pacientes mujeres, el perfil del personaje, el manejo de la trama y los síntomas lo hacen perfectas maquinarias del relato breve. Sugiero, por ejemplo, el texto “Lucy R” y su obsesión por el olor a “panecillos quemados” que apunta un recuerdo difícil del pasado y que regresa en la adultez con significados inquietantes. Sí, cuentistas que manejan la condensación de la imagen y la evocación de la atmósfera para sostener la historia mínima del cuento y los amplios sentidos que abre.


Slavko Zupcic:
Tengo su nombre en la punta de la lengua aunque no logro pronunciarlo. No me he demenciado, no todavía, pero en mi vida de lector debo reconocer que, justa o injustamente, siempre le he dado poca importancia al género. De hecho, esta mujer que quiero nombrar pudo haber sido un hombre cuando la leí por primera vez porque su nombre, precariedad mía, no me resultaba obviamente femenino y no suelo leer las contraportadas. Suyos, he leído cuentos y novelas. A veces me resulta rápida, narrativa. Otras, más lenta, íntima, también dependiendo del traductor. Me gusta en ambos registros, pero mucho más cuando ilumina puntos oscuros de la memoria o cuando contacta tan adecuadamente con la intimidad de sus personajes haciendo creer al lector que la locura no le es ajena. Su nombre parece que viene de ninguna parte, pero sus libros venían de Brasil: Clarice Lispector.



Entradas anteriores:
De no ser escritor/a... [Liliana Blum, Giovanna Rivero, Enrique Vila-Matas, Héctor Abad Faciolince, Jacinta Escudos, Francisco Díaz Klaassen]
Una cerveza con un personaje [Ricardo Sumalavia, Enza García, Marta Sanz, Sergio Chejfec, Mercedes Estramil, Luis López-Aliaga]