Música: A Tirador Láser


Margen de error
Martín Caamaño


Las vacaciones que se prolongaban. El verano se había terminado pero desperdigaba su estela de incandescencia. Nubes bajas filtradas por el sol, pájaros parecidos a cuervos sobrevolando los morros. Lluvias súbitas que duraban apenas un instante. Y vos todavía seguías allá. No estudiabas, no tenías trabajo y mucho menos motivos de peso para volver. Ni siquiera ibas a la playa. Salías poco. Eso sí, creías que eras feliz. Gran parte del día lo pasabas encerrado en el depto, tirado en la cama, con el ventilador a full, escuchando siempre el mismo disco. Otro rosa, de A tirador laser. Un disco largo, de más de veinte temas, más o menos la misma cantidad de años que vos debías tener en esa época.

A cada nueva escucha se develaba el prodigio: el desborde melódico, la proliferación de palabras, el caos, la emotividad. Había muy poco espacio para el silencio. Un hojaldre sonoro, perfecto en su imperfección. Se afirma por medio de sus propios riesgos, decía Valery. Bueno, eso.

Así sonaba ese verano extendido, una música que no era ni climática ni tranquilizante, que nada tenía que ver con la suavidad del entorno carioca y que sin embargo a vos te resultaba suave. Aunque también te ponía en estado de alerta. Te enfrentaba a tus prejuicios y jugaba con tus sentimientos. Las melodías se reproducían sin parar dotando a los temas de nuevas mutaciones. Las secuencias armónicas eran imposibles, se abismaban. Te daba la sensación (falsa) de que el álbum se iba construyendo adentro tuyo a medida que lo escuchabas, persiguiendo la lógica caprichosa de tu deseo. Vos creías que era la música perfecta para el fin de la juventud de esa generación laxa que creció durante la década del 90.

Como era de esperar la vida me ha gustado, cantaba una voz nasal, carente de sensualidad, y creíste reconocer tu propia voz, que eras vos quien estaba cantando. Te sacabas los auriculares y todo parecía quieto. Volvías a ponértelos y escuchabas: Quisiera cambiar, yo quiero cambiar, mi miedo es cambiar de verdad. Entonces decidiste volver.





Volviste y una noche se encontraron. ¿Cuánto hacía que la deseabas? Apenas la conociste, mucho antes de que te fueras. A los pocos días la invitaste a escuchar esas mismas canciones en vivo. Ella te vio cantarlas –desaforado, como un loco- en la semioscuridad del teatro San Martín. Hacías el ridículo, desencajabas con el contexto, pero ya no te importaba nada. Estaban juntos. Atemporal, quiero morir con vos pero envejezco solo yo, seguías cantando. Y ella se reía. Te miraba y se reía. Vos le apretaste fuerte la mano.



El tiempo pasó. ¿Cuánto tiempo fue? A tirador laser se separó y se transformó en una banda de culto. Ese amor también se transformó en un amor de culto. Lucas Martí se hizo solista y siguió componiendo y sacando discos a la velocidad de la luz. Hubo un tiempo en que las cosas flotaban y hubo otro en que todo nos pesaba más. ¿Ella se acordará de esa canción? ¿Será capaz de recordarla todavía? ¿Podría, al menos, tararearla? Lo dudás. Esas cosas que a ella le resultaban fascinantes hoy la cansan, perdieron su gracia. Ya no son tan jóvenes… ¿Qué falló? ¿Cuál fue el error? Lo siniestro de las canciones es que perduran mientras nosotros nos vamos convirtiendo en otros. En todo caso vuelven para recordarnos quiénes fuimos y mostrarnos qué hicimos con nuestras ilusiones.



¿Oís? A amar también le gusta amar, le gusta que te quieras vos, determina de atractivo al soñador, a quien busca más allá de compañías. Reconocés esa voz. Es la misma voz nasal de siempre pero un poco más grave, más áspera, intervenida por el paso del tiempo. A pesar de algunos rasgos de madurez (una claridad inédita en el sonido) la melodía, los acordes tienen algo de aquel otro disco… Vas en un avión, volviendo otra vez de Rio. Velocidad de crucero. Todas las luces apagadas. El único resplandor llega de las señales fosforescentes de prohibido fumar. Te sentís en tierra firme pero estás volando. Estás solo de nuevo; el corazón tranquilo, el alma inquieta. Cerrás los ojos y escuchás: Si existiera un nuevo margen de otro error te diría que es real. Hacés una vez más la cuenta. Es increíble, pasaron diez años.