Lugar: Brenda Lozano
Le pedimos a Brenda Lozano que nos contara sobre algún lugar especialmente grato para ella. Nos mandó este texto sobre su sillón, "el espacio donde la vida diaria se desfasa para dar pie a la ficción".
Versiones del sillón
Fotos de la autora
Si tuviera que escoger algo menos abstracto que una ciudad, escogería un sillón. Haría un elogio del sillón. Todo lo que se puede hacer en postura horizontal, los libros que se pueden leer cómodamente, el tiempo perdido en Internet, las conversaciones que ahí se pueden entablar, las llamadas, los mensajes enviados desde ahí, el gato sobre un cojín, bostezando de pronto. Los planetitas a los que pareciera viajar el gato cuando duerme. Todos los lugares que he conocido desde el sillón. Su gravedad, su órbita, sus estrellas.
Un sillón tiene todas las características para ser una vía láctea.
Escogería un sillón porque creo que el espacio que ocupa en la casa es como el espacio que ocupa Moby Dick en el mar: ese lugar donde se desfasa la realidad. Ahí donde nos echamos a ver películas, a leer, a platicar largamente. El espacio donde la vida diaria se desfasa para dar pie a la ficción. Me interesa ese tipo de lugar, los modestos márgenes que se rompen cómodamente, para que otras casas, otras ciudades y otros mundos ocurran.
Pasa que llevo tiempo lejos de casa y, donde estoy ahora, no hay sillón, así que he tenido que encontrar versiones del sillón que, como en el mundo de los felinos, se antoja pensar que el sillón doméstico es como un gato. Es bueno saber que hay otras especies de felinos.
Tendría que empezar por la Biblioteca Nacional. Ese león o ese sol, según como quiera verse, es el centro. Abre sus puertas, por igual, a todos. Por lejos que estén de casa, todos, libros y personas, tienen entrada por igual.
El sofá en la cafetería de la esquina. No pertenece al mundo formal de las sillas, tampoco es un sillón doméstico, pero presta su cómodo respaldo para leer o trabajar en la computadora por periodos breves.
El pasto del jardín botánico. No llega a los confines de la banca ni a la sequedad de la alfombra, pero tiene sus propias leyes.
Los audífonos. Un iPod sencillo, austero, sin pantalla, puede aislar. Los audífonos marcan esos bordes. En la estación de metro, en el parque, en la cafetería. La música tiene la capacidad de desfasar. Caminar por una calle que no conocía, escuchando la música que suelo escuchar en casa, en algo se parece a morder una manzana y oler una cebolla a la vez. Lo desconocido y lo conocido ocurren al mismo tiempo. O al revés. Escuchar música nueva al tiempo que camino por la calle de siempre. Me parece que escuchar música aísla y desfasa la realidad. Aunque sea unos centímetros, apenas poco, algo desfasa. Más o menos como ocurre en los márgenes de un sillón.
Caminando, con los audífonos puestos, he notado que una ciudad puede tener los gestos de un sillón. Por ejemplo, los terrenos baldíos. Especialmente cuando están entre dos edificios altos, con una activa vida de oficina. Ese espacio donde no pasa nada se presta para preguntar qué había antes ahí, qué habrá después. O preguntarse qué podría haber en ese lugar mientras algunos mechones de pasto se despeinan con el aire. Es un espacio en el que la mirada puede echarse cómodamente a imaginar.
Una fineza: el angosto espacio entre dos edificios. Entre dos construcciones altas, ese espacio, esa fuga donde no hay nada. Un poco de pasto, una florecita. Basura. Al pasar, ese gesto mínimo interrumpe la continuidad, la funcionalidad de los edificios, prestando su angosto espacio para especular cualquier cosa. ¿Qué hace un zapato ahí en medio?
El sillón y sus versiones que, me parece, hay muchas más. Los espacios que desfasan, que irrumpen la funcionalidad, que forman parte de la vida cotidiana, que están allí para dar pie a que otras cosas existan. Como la ficción.
Otras entradas:
[Gabriela Bejerman]
[Eduardo Halfon]
[Pilar Quintana]
[Mercedes Cebrián]
[Wilmer Urrelo Zárate]
[Ronaldo Menéndez]
Versiones del sillón
Fotos de la autora
Si tuviera que escoger algo menos abstracto que una ciudad, escogería un sillón. Haría un elogio del sillón. Todo lo que se puede hacer en postura horizontal, los libros que se pueden leer cómodamente, el tiempo perdido en Internet, las conversaciones que ahí se pueden entablar, las llamadas, los mensajes enviados desde ahí, el gato sobre un cojín, bostezando de pronto. Los planetitas a los que pareciera viajar el gato cuando duerme. Todos los lugares que he conocido desde el sillón. Su gravedad, su órbita, sus estrellas.
Un sillón tiene todas las características para ser una vía láctea.
Escogería un sillón porque creo que el espacio que ocupa en la casa es como el espacio que ocupa Moby Dick en el mar: ese lugar donde se desfasa la realidad. Ahí donde nos echamos a ver películas, a leer, a platicar largamente. El espacio donde la vida diaria se desfasa para dar pie a la ficción. Me interesa ese tipo de lugar, los modestos márgenes que se rompen cómodamente, para que otras casas, otras ciudades y otros mundos ocurran.
Pasa que llevo tiempo lejos de casa y, donde estoy ahora, no hay sillón, así que he tenido que encontrar versiones del sillón que, como en el mundo de los felinos, se antoja pensar que el sillón doméstico es como un gato. Es bueno saber que hay otras especies de felinos.
Tendría que empezar por la Biblioteca Nacional. Ese león o ese sol, según como quiera verse, es el centro. Abre sus puertas, por igual, a todos. Por lejos que estén de casa, todos, libros y personas, tienen entrada por igual.
El sofá en la cafetería de la esquina. No pertenece al mundo formal de las sillas, tampoco es un sillón doméstico, pero presta su cómodo respaldo para leer o trabajar en la computadora por periodos breves.
El pasto del jardín botánico. No llega a los confines de la banca ni a la sequedad de la alfombra, pero tiene sus propias leyes.
Los audífonos. Un iPod sencillo, austero, sin pantalla, puede aislar. Los audífonos marcan esos bordes. En la estación de metro, en el parque, en la cafetería. La música tiene la capacidad de desfasar. Caminar por una calle que no conocía, escuchando la música que suelo escuchar en casa, en algo se parece a morder una manzana y oler una cebolla a la vez. Lo desconocido y lo conocido ocurren al mismo tiempo. O al revés. Escuchar música nueva al tiempo que camino por la calle de siempre. Me parece que escuchar música aísla y desfasa la realidad. Aunque sea unos centímetros, apenas poco, algo desfasa. Más o menos como ocurre en los márgenes de un sillón.
Caminando, con los audífonos puestos, he notado que una ciudad puede tener los gestos de un sillón. Por ejemplo, los terrenos baldíos. Especialmente cuando están entre dos edificios altos, con una activa vida de oficina. Ese espacio donde no pasa nada se presta para preguntar qué había antes ahí, qué habrá después. O preguntarse qué podría haber en ese lugar mientras algunos mechones de pasto se despeinan con el aire. Es un espacio en el que la mirada puede echarse cómodamente a imaginar.
Una fineza: el angosto espacio entre dos edificios. Entre dos construcciones altas, ese espacio, esa fuga donde no hay nada. Un poco de pasto, una florecita. Basura. Al pasar, ese gesto mínimo interrumpe la continuidad, la funcionalidad de los edificios, prestando su angosto espacio para especular cualquier cosa. ¿Qué hace un zapato ahí en medio?
El sillón y sus versiones que, me parece, hay muchas más. Los espacios que desfasan, que irrumpen la funcionalidad, que forman parte de la vida cotidiana, que están allí para dar pie a que otras cosas existan. Como la ficción.
Otras entradas:
[Gabriela Bejerman]
[Eduardo Halfon]
[Pilar Quintana]
[Mercedes Cebrián]
[Wilmer Urrelo Zárate]
[Ronaldo Menéndez]