Música: Bohemia suburbana
Sombras en el jardín: esas canciones que creíamos de amor
Por Javier Payeras
Estoy echado a perder.
Ya no queda más que una camisa de franela en mi ropero. De usarla lo hago siempre el fin de semana y cuando hace frío. Quizá porque, con mis canas y libras de más, me siento extemporáneo dentro de un mosh pit de adolescentes. Andar de Rolling Stone no es lo mío, sin embargo puedo decir que hoy aprecio la música con más pasión que antes.
Música de adolescencia. Hace una semana un periodista amigo me llamó para inquirir acerca del vigésimo aniversario de Sombras en el Jardín de Bohemia Suburbana. En primer lugar, le digo, jamás lo tuve en disco, sino en casete. Un casete, ¡Dios mío!, mi hijo vio uno hace un par de meses y me preguntó qué era. El asunto es que la cinta habrá llegado a mis manos en un ya lejano 1993. Su contenido, más de una decena de canciones contundentes, sin virtuosismos armónicos visibles, pero cargadas con trucos britpop y frases oscuras, hasta entonces inéditas en el rock guatemalteco.
Vuelo alto beso el cielo y me caigo.
Desde la primera vez que oí Sombras en el Jardín sentí la premonición de que aquel trabajo de garage se mantendría a muy corta distancia de mi vida. Pongo el disco en la computadora y escucho cómo, entre una canción y otra, se anudan sonidos que forman parte de una historia compartida. Entrevistas de radio, protestas callejeras, ese paisaje de ruido organizado que fue y sigue siendo Guatemala en nosotros.
Las letras del disco son un atajo para comprender a la generación de entonces. Preocupaciones metafísicas “Soy un alma encarcelada dentro de un cuerpo”; el temor a encontrarse con la realidad poco menos que mórbida de una posguerra “Tienes miedo de no ver con claridad”; la incontable experiencia del amor único, masturbatorio, tierno y cercano “aquel domingo tu te fuiste y yo me fui”. Todo eso que alguna vez reconocimos entre una vida cotidiana de adolescentes chapines, prematuramente desencantados de la política post-Serranazo y por el bebé muerto que fueron los Acuerdos de Paz de 1996.
¿Como saber si eres pez o iguana?
Juro que nunca había visto a un chico con una playera de Otto René Castillo pegando de brincos en medio de la Plaza de los Mártires hasta ese Concierto de Bohemia en la USAC. La devoción que la banda provocaba en los jóvenes de los noventas tenía una fuente generadora: la claridad discursiva de su cantante, Giovanni Pinzón. Antes de Sombras en el Jardín muy pocos discos habían provocado tal choque de opiniones en Guatemala. Alto al fuego de Alux Nahual avizoraba en mucho la discusión acerca del Conflicto Armado Interno que se hacía desde el rock nacional. Pero fue con las letras y la energía que B.S. trasladaba a su público, que el rock alternativo puso una conciencia a la emtivizada generación de los noventas en nuestro país. Los chicos de clase media que salían a patear breaks con toda impunidad en las calles del Centro de pronto dieron tregua. De la violencia aberrante de aquella generación Reagan, se pasó a una suerte de nirvana de trenzas rasta, viajes a Panajachel, botellas de vino chileno y pantalones rotos que invadieron las secundarias y universidades.
De un momento a otro las bandas guatemaltecas reunieron más que las internacionales que nos visitaban. Claro, en este menesteroso lodazal de música populachera y descartable que nos traen los empresarios de conciertos locales, tener un grupo guatemalteco tan popular siempre era un negocio estimable. Bohemia Suburbana, que había surgido del merounderground y de los concierto íntimos, ahora pertenecía a la nómina de agrupaciones incluidas en las listas de popularidad de las radios. Entre las muy rascuaches formas de decir te quiero que puede tener un grupo de pop mexicano, se colaba un tema de Bohemia que dice: Podría hablar del fin de un niño sin ideales / podría hablar del fin de un pueblo ahogado en sangre... Y así crecimos tarareando esas canciones que creíamos de amor. Ahora Sombras en el Jardín es una efeméride que con toda nostalgia puedo celebrar. Una sensación de libertad que ahora vuelve puntual, como pasa un cometa.